La boliviana María Chantal tenía 17 años cuando se hartó de pretender ser lo que no era: su madre la vestía de niño y su padrastro la golpeaba. Un día, huyó de esa casa convertida en prisión y se obsesionó con una idea: quería ser libre y cumplir ese sueño a toda costa. «Prácticamente me escapé para buscar mi libertad, buscando ser lo yo que no podía ser en mi casa», dice Chantal, que conversa rápido, alegre, pero eligiendo con cuidado cada palabra.
La boliviana María Chantal tenía 17 años cuando se hartó de pretender ser lo que no era: su madre la vestía de niño y su padrastro la golpeaba. Un día, huyó de esa casa convertida en prisión y se obsesionó con una idea: quería ser libre y cumplir ese sueño a toda costa. «Prácticamente me escapé para buscar mi libertad, buscando ser lo yo que no podía ser en mi casa», dice Chantal, que conversa rápido, alegre, pero eligiendo con cuidado cada palabra.
Su padrastro la «torturaba», la agredía porque ella -entonces con nombre de varón- se identificaba como mujer. Cada día, le hacía sostener un ladrillo durante dos o tres horas hasta que se le cansaban los brazos. «Me decía ‘eres un maricón, te portas como una mujer, eso no es normal», recuerda Chantal.
Un día, decidió dar un portazo y se fue: se mudó a Cochabamba, donde ante la imposibilidad de firmar un contrato por su identidad, optó por la vía clandestina y el trabajo sexual.
«Caí en un trabajo sexual que era un círculo vicioso de drogas, alcohol y más violencia. Escapé de un lugar en el que había violencia para ser libre y justo me fui a meter en otro donde había más violencia, violencia de las compañeras, violencia policial, violencia de los clientes, o sea, ¿pero todavía?».
Chantal se ríe, se retira la melena rubia, coqueta. Y, con la seguridad de quien ha enterrado el dolor en el pasado, narra cómo una vez un cliente usó un cuchillo para perforar su cuerpo.
«Es un círculo de tanta violencia y tanta inseguridad. Estás consumiendo alcohol y no tienes ¿Cómo te diría? La noción de lo que está pasando en realidad, del peligro al que te estás exponiendo. A mí varias veces me botaron fuera de Cochabamba a golpes, clientes que en estado de ebriedad querían abusar de mí, robarme y, no sé, al rato me daba cuenta y me botaban del auto en marcha».
«Hubo una vez -rememora-, un cliente que justo estábamos en la relación y, entonces, él puso su rodilla en mi cuello como queriéndome matar y yo estaba viendo hasta estrellitas».
No sabe de dónde sacó la fuerza, pero consiguió derribarlo y apartarlo de su cuello. Había tocado fondo, acabó en un hospital, y en ese momento decidió que era hora de un cambio radical.
Chantal comenzó a ir a talleres, a formarse y se convirtió en una auténtica militante del movimiento transexual en Bolivia. «Yo siempre he tenido un carácter muy fuerte, ser líder, siempre yo tuve esas cualidades, yo decía algo y me seguían», cuenta Chantal con un brillo especial en los ojos.
Ahora, preside la Organización de Mujeres Trans de Cochabamba y su última proeza consiste en haber acudido esta semana a Washington para comparecer ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para seguir reclamando su libertad.
En Bolivia, las personas transexuales y transgénero pueden cambiar el nombre e identidad sexual en sus documentos de identidad legal, gracias a una ley de 2016, pero siguen sin poder adoptar o casarse.
«Yo como persona trans me siento ahorita acorralada por el mismo hecho de que, en Bolivia, no puedo formar mi familia. Tengo mi pareja hace diez años felizmente, pero ahora no puedo casarme. Entonces ahí no estoy siendo libre y quiero ser libre, libre de hacer lo que cualquier persona hace», argumenta.
Chantal, toda una mujer de bandera, quiere ser libre para casarse y hasta para saber qué se siente cuándo uno se divorcia. En resumen, ser lo que cualquier otra, sin más.
Y quiere que también sea libre su cuerpo, adornado hoy con un ajustado vestido negro de lunares blancos.
«Quiero tener la libertad de mostrar mi cuerpo trans. Estoy muy orgullosa de ir por la calle y que la gente se dé cuenta de que soy trans, me siento libre al hacer lo que mucha gente no hace. ¡Estoy orgullosa de sentirme libre!», clama Chantal, a carcajadas mientras se ajusta los anillos de oro.
Tiene la mano llena de anillos dorados, a juego con las uñas. Señala uno con dos lunas juntas. «Este es el anillo que más me gusta, me recuerda que para ser libre siempre, siempre, hay que soñar».
Beatriz Pascual Macías
Fuente: https://www.eldiario.es/sociedad/Libertad-constante-busqueda-transexual-Bolivia_0_945955396.html