Las personas que inician su transición atraviesan un largo y costoso proceso. Los tratamientos pueden oscilar entre los 50 y 100 dólares mensuales. Bolivia aún no cuenta con endocrinólogos especialistas en esta población.
Carolina no sabía que era un niño hasta los 8 años. Cuando le cambiaron el mandil escolar por una camisa entendió que no era mujer, como lo pensaba, y ahí empezó su camino a la transición. Este proceso incluyó inyecciones hormonales, cambios en la alimentación e intervenciones quirúrgicas. Como otras personas transgénero, varias veces tuvo que elegir entre un plato de comida y sus hormonas. Y, pese a que avanzó mucho en su cambio, aún tiene metas pendientes, en las que se enfoca mientras ayuda a otras chicas como ella a encontrar su identidad.
La comunidad trans, que incluye personas transgénero y transexuales, es uno de los grupos con mayor vulnerabilidad de las diversidades sexuales, no solo por el estigma que existe en torno a la identidad de género, sino también por el largo y difícil proceso que enfrentan para hacer su transición.
Frente a las necesidades que suma este sector, el Instituto para el Desarrollo Humano (IDH) tiene en sus objetivos de este 2023 ampliar los servicios para la población transgénero e incluir el acompañamiento en la transición de sexo. “Lo que hemos podido conversar es que muchas de las compañeras de la población trans se hormoniza a su manera, leen en alguna parte instructivos y no hay ningún control, y eso es un grave peligro para ellos o ellas”, afirma el director del IDH, Édgar Valdez.
Carolina Herrera –que lleva el homónimo de la diseñadora venezolana con mucho estilo y gusto por la moda– es líder de las personas trans en Cochabamba. Ella empezó su transición cuando tenía 17 años, con cambios a nivel físico y psicológicos, porque, aunque ‘siempre’ se sintió mujer, el estigma de la sociedad empezó a pesarle. “Yo no entendía la diferencia entre un hombre y una mujer”, dice.
Ahora, que tiene 22 años, es activista por los derechos de la población LGBTIQ+ y ayuda a otras personas en su autoidentificación. “Antes de transicionar comienza el autorreconocimiento, podemos tener dudas y no estar listas. Es difícil y costoso acceder a un buen tratamiento hormonal. También está el tema de información, porque, más allá de lo empírico, te comentan entre compañeras y te dicen ‘yo tomo esto’, y uno por no gastar en el endocrinólogo lo hace, y eso tiene consecuencias a la larga”, sostiene Carolina, quien estudia Comunicación Social, Derecho e Inglés.
El caso de Sofía Vargas es un poco diferente. Aunque comenzó su transición a una edad similar, a los 18, tuvo la oportunidad de acceder a un endocrinólogo y contar, con sus limitaciones, con el acompañamiento de su familia.
Es parte de la Casa Trans, un espacio creado para apoyar e informar a la comunidad transgénero en Cochabamba, desde donde hace incidencia en temas que involucran al sector, como la infancia trans, que significa empezar el proceso de transición de sexo durante la adolescencia y no a partir de la mayoría de edad. “Si a mí me hubieran dicho que podía ser trans libremente a los 14 años, siento que me hubiese ayudado mucho en cuanto al físico y a crecer emocionalmente”, sostiene Sofía.
Añade que, pese a la juventud, la mayoría tiene ‘clara’ su identidad desde que es niño o niña. Lo que dificulta la transición, normalmente, son factores externos, como la discriminación.
“Al principio, te sientes feliz, porque es el primer paso de lo que realmente quieres llegar a ser en un futuro. Pero sí existen muchas barreras”, dice la joven de 20 años.
EL COSTO DE LA IDENTIDAD
Las hormonas para realizar la transición de sexo son variadas y vienen en diferentes presentaciones, desde inyecciones hasta gel. Asimismo, los costos oscilan entre los 50 y 100 dólares al mes, sin contar con los análisis que deben hacerse frecuentemente para evaluar la presencia de testosterona en el organismo.
“Hay cambios que tu cuerpo no está listo para soportar, por eso necesitamos complementos, como vitaminas, que te ayuden a resistir el tratamiento hormonal”, explica Carolina.
El procedimiento es largo –más de dos años, normalmente– y varía según la persona. Además, va de la mano del estado emocional y psicológico que se está viviendo en ese momento. Es común la falta de recursos para empezar la transición.
“No está en el presupuesto de todas las familias ni de cada persona”, dice Carolina.
“Nadie se imagina ‘en el futuro voy a guardar para mis hormonas’”, añade Sofía.
Las preguntas entre las mujeres u hombres que quieren empezar la transición son comunes. Carolina dice que no comparte libremente sus recetas por temor a que eso pueda dañar a sus compañeras. Lo que sí prefiere es dar información sobre profesionales que sepan del tema o consejos para llevar adelante el proceso de la manera más sana posible.
A esto se suma la falta de especialistas endocrinólogos que estudien las necesidades médicas de esta población, lo que pone en riesgo su salud, según Valdez.
Sofía cuenta que, cuando acudió al médico, junto con otras chicas trans, le hicieron un diagnóstico y le recetaron la misma cantidad de hormonas que al resto, sin hacer una distinción según cada persona.
“Lo que hacíamos (después de eso), para ahorrar la consulta de 200 bolivianos, fue decirnos lo que nos había recetado el doctor”, cuenta.
Carolina explica que, en Bolivia, según la información que recopilaron, no hay médicos especializados en reasignación de sexo. En el exterior tendría un valor de entre 10 mil y 26 mil dólares. “Yo vi más factible irme a Tailandia que a Estados Unidos”, cuenta Herrera sobre los resultados de su búsqueda.
Antes era común entre la población trans “inyectarse líquidos químicos” ante la falta de dinero y la desinformación. Sin embargo, ahora, parte del activismo consiste en cambiar la forma de entender a una persona trans, con más empatía, sin presiones.
En Bolivia existen criterios médicos que debe cumplir el paciente antes de someterse a una cirugía de transición de sexo: tener dos años de hormonización, realizar una evaluación psiquiátrica y psicológica, ser mayor de edad y hacer una declaración legal.
Para brindar asesoramiento en cuanto a transición de género se refiere, el IDH enviará a una de sus médicos a Buenos Aires, para que reciba capacitación sobre las condiciones básicas para llevar adelante este proceso.
“Esta formación es integral, no solo es acompañar la transformación… las problemáticas de salud de la población trans son muy específicas. Esta demanda de un endocrinólogo viene de ellas”, afirma Harold Mendoza, consultor del IDH y activista de la comunidad LGBTIQ+.
El IDH busca abordar la transición de forma integral. Además de la parte médica, se tocará temas como salud mental, VIH, hormonización y cirugías estéticas.
“Es una decisión que se toma en un contexto de mucha estigma, mucha discriminación. No es igual que el resto de la comunidad LGBTI, es muy particular. Están en el último (lugar) de las diversidades sexuales. Tienen que enfrentar servicios médicos que no son amigables con su problemática ni apoyan su decisión”, asevera Mendoza.
LA DESINFORMACIÓN COMO BARRERA
Sofía y Carolina coinciden en que la principal barrera de la población transgénero es la desinformación, lo que, a su vez, ocasiona estigma, discriminación y rechazo en el entorno cercano a la persona.
La familia es el primer vínculo que suele romperse. “No es solo vestirse de mujer, conlleva diferentes cambios. Y, dejando de la lado la hormonización, una sufre cambios para los que no está preparada, es una deconstrucción de lo masculino a lo femenino, de decir qué está bien y qué está mal. Es cómo yo me percibo y cómo defino lo masculino en mi cuerpo”, afirma Herrera.
El IDH se encargará de acompañar el proceso de transición desde la dotación de información y apoyo en salud mental con psicólogos.
Asimismo, un pilar del plan de la institución es trabajar en redes, es decir, poner en contacto a las personas con organizaciones internacionales dedicadas a atender problemáticas de grupos vulnerables. “Lo ideal sería que acá formemos un endocrinólogo para esta situación (transición de género), pero hasta ahora no hemos encontrado ni en Cochabamba ni en Bolivia”, dice Valdez.
“La atención trans es interdisciplinaria, pero, más allá de la salud, hay que ver el tema legal. La salud mental depende de las situaciones de seguridad que viven las personas. En esto, la población trans está en desventaja, es víctima de discriminación”, añade Mendoza.
Carolina entiende lo que implica enfrentar el proceso en soledad, sin información ni seguridad. “Yo pertenecía al sector de las mujeres que no tienen dónde vivir, qué comer y que no saben qué van a hacer al día siguiente. En ese momento no te puedes dar el lujo de pensar en hormonas porque tienes que pensar en qué vas a comer”, relata.
Con el tiempo, esto la llevó a buscar alternativas de especialistas que la atiendan sin discriminarla. Ya había tenido experiencias negativas con algunos médicos que la sometieron a toques y miradas morbosas. Por eso, se practicó una cirugía con una amiga médica, no en un hospital.
“He crecido bastante, he madurado. Estoy, poco a poco, asimilando los cambios”, cuenta Carolina, quien se realizó una operación en 2020, luego de empezar su transición en 2018.
Las cirugías más recurrentes en la comunidad transgénero son las de aumento de busto, rinoplastia y perfilamiento de mentón y quijada. Además, son comunes las depilaciones láser.
Sin embargo, la “nueva” generación de personas trans aboga por enfrentar el proceso desde la empatía. “Hay que entender que presionar a tu cuerpo, tomando una sobredosis de hormonas, solo significa que lo estás matando. Parte de la transición es entender que estás forzando a un cuerpo, que ha nacido de forma diferente. Tienes que quererlo, poco a poco irá cambiando”, dice Sofía.
El apoyo de pares transgénero es un pilar durante la transición. El acompañamiento de otras personas que están en el mismo proceso mejora las condiciones. Sofía destaca que empezó a sentir un sostén cuando conoció a la comunidad trans, a partir de recibir recomendaciones, consejos o, simplemente, tener un espacio seguro para decir cómo se sentía.
“A mí me hubiera encantado tener una Sofía o una Carolina que vaya a hablar a mi casa y les diga (a mi familia) ‘su hija, por ser trans, no va a ser prostituta, no va a tener VIH, porque tiene las suficientes herramientas para surgir en la vida’”, dice Carolina.
Las nuevas generaciones de personas trans en Cochabamba asumen este proceso desde una mirada crítica. Cuestionan el ideal hegemónico de belleza femenina. Ahora su prioridad es hacer la transición de forma sana y no reproducir acciones antiguas que ponen en primer lugar el resultado estético antes que la salud. “No queremos que la vida de las mujeres trans termine a los 35 o 40 años. Queremos mujeres trans de la tercera edad, que accedan a la Renta Dignidad”, sentencia Herrera.