La aclamada periodista, ensayista y activista de los derechos LGBT ruso-estadounidense es una de las invitadas destacadas del Festival Basado en Hechos Reales que comienza este jueves en Buenos Aires.
La aclamada periodista, ensayista y activista de los derechos LGBT ruso-estadounidense es una de las invitadas destacadas del Festival Basado en Hechos Reales que comienza este jueves en Buenos Aires. En diálogo con Infobae habló sobre los veinte años del mandatario ruso en el poder, la persecución a la comunidad gay en el país, el presidente de EEUU, la trama rusa y las elecciones presidenciales de 2020.
Aunque se define como una “periodista outsider”, Masha Gessen es desde hace varios años una de las autoras más leídas cuando se busca entender la actualidad de Rusia y Estados Unidos.
Su trabajo —es columnista de la prestigiosa revista The New Yorker— e historia de vida —nació en la Rusia soviética, emigró a los 14 años a Estados Unidos, volvió a Rusia en los ‘90 y se quedó hasta 2013, cuando el régimen ruso forzó su regreso a Nueva York— convirtieron a esta periodista y ensayista ruso-estadounidense en una de las críticas más influyentes tanto del régimen de Putin como del gobierno de Donald Trump, a quienes vitupera con igual contundencia y solidez argumentativa, además que con una pluma fuera de serie.
También activista de los derechos LGBT, Gessen es autora de libros aclamados por la crítica y el público: una biografía no autorizada de Putin (Putin. El hombre sin rostro), una crónica sobre Pussy Riot y unos libros sobre el ataque a la maratón de Boston (Los hermanos Tsarnaev) y el matemático ruso Grigorij Perelman (Perfect Rigor). Su obra más reciente y ambiciosa, El futuro es historia, abrió un extenso debate sobre la naturaleza y el camino al que se dirige la Rusia contemporánea. El libro, publicado en 2017, es a la vez un cautivador relato de los últimos 30 años en el país a través de la vida de cuatro jóvenes de diferentes entornos geográficos y sociales y un brillante ensayo sobre el regreso del “Homo sovieticus” y la muerte de una democracia que en realidad nunca nació.
De todo esto, Gessen habló con Infobae en el marco del Festival de No Ficción Basado en Hechos Reales que comienza este jueves en Buenos Aires y en el que, como invitada internacional, participará en dos actividades en el Centro Cultural Kirchner los días viernes y sábado (acá el programa completo y los horarios).
—Este año se cumplen 20 años de la llegada al poder de Vladimir Putin. ¿Cómo se explica que el presidente siga teniendo tasas de aprobación tan altas después de tanto tiempo?
—Creo que es un error decir que Putin es popular. Putin no es popular en el verdadero sentido de la palabra, porque implementó una política de tierra quemada en el espacio público. No hay nadie más ahí. Tiene el monopolio en la política, lo cual significa que no hay política. Lo que tiene es un sólido grupo de poder, pero no es popular.
—¿Cómo definiría al putinismo?
—Creo que el régimen actual en Rusia es más correcto definirlo como un “Estado mafioso”, lo cual es básicamente un clan con Putin en el medio. Putin distribuye dinero y poder. Nadie más tiene la capacidad para actuar independientemente, ya sea para ejercer el poder o acumular y usar la riqueza. Todo gira alrededor de Putin.
—¿Cómo es vivir en un régimen con estas características?
—En respuesta a la construcción del estado mafioso, la sociedad rusa se reconfiguró como una sociedad totalitaria en ausencia de un régimen totalitario. La experiencia de vivir en Rusia es la experiencia de vivir en una sociedad totalitaria.
—Usted estuvo entre esos intelectuales que en algún momento —sobre todo en los años 90— se ilusionaron con la idea de que una plena democracia era posible en Rusia. ¿La historia pudo ser diferente o el regreso del “homo sovieticus”, ese sujeto que vive sometido porque está traumatizado tras décadas de opresión del que habla en El futuro es historia, era inevitable?
—Creo que nunca se puede saber lo que podría haber sido o si era inevitable. No obstante, creo que para que las cosas fueran distintas debería haber pasado una nueva narrativa, un relato de la historia rusa distinto al de la historia soviética, la historia imperial, la narrativa de ser una grande potencia con un enorme territorio y una potencia que asusta al resto del mundo y cuya identidad principal se forma alrededor de la Segunda Guerra Mundial. Debería haber sido un relato post-imperial, basado en la bondad en lugar de la grandeza. Un relato en el cual la pérdida de las posesiones imperiales no fuera vista como una herida para Rusia. Pero esta narrativa nunca tuvo lugar, por un gran número de razones.
—¿Cuáles?
—Algunas son predeterminadas y otras accidentales. Todos los que llegaron al poder en Rusia después del colapso de la Unión Soviética fueron educados en la tradición del marxismo-leninismo, lo cual es una versión muy reduccionista del marxismo. Y creo que ellos creían firmemente que todo lo que tenían que hacer era cambiar la estructura económica y todo lo demás vendría de consecuencia. Ninguno de ellos pensó seriamente por más de 5 minutos sobre la necesidad de una nueva identidad nacional y la necesidad de una nueva historia nacional. Esa es la parte predeterminada.
La otra parte es el accidente de la historia. Andrei Sajarov, el gran disidente que podría haber sido el tipo de líder capaz de contar una historia completamente diferente, murió en diciembre de 1989. Justo cuando el colapso estaba empezando.
—Otra de las grandes incógnitas es qué se viene después de Putin.
—Posiblemente la única manera en la que el putinismo termine es cuando él muera. Por supuesto que hay muchas especulaciones, pero lo que se viene después del putinismo nadie lo sabe. El propio Putin no tiene un plan de sucesión. El momento en el que se vaya será muy caótico. En Rusia hoy no hay espacio público, nadie tiene idea de qué pasará después. ¿Tendremos elecciones? Y si tendremos elecciones, ¿quién compite? Porque ahora Rusia tiene elecciones pero Putin decide quién compite y quién no. Por lo tanto, nadie lo sabe. Y me incluyo. No hay una lógica que nos pueda explicar qué va a pasar después. Será una lucha de poder. Hay un libro increíble de Joshua Rubinstein, “Los últimos días de Stalin”, sobre lo que pasó tras la muerte de Stalin. Muestra no sólo el caos sino también la completa aleatoriedad de lo que podía pasar. También cuenta que en EEUU los expertos de política exterior temían que cuando Stalin muriera, el ala más dura tomaría el poder. También escuchamos eso sobre Putin. En este punto las situaciones son bastante similares. Pero ¿qué ala dura? ¿Más dura que el propio Putin? Eso parece improbable.
—En una elección abierta, ¿un candidato como el líder opositor Alexei Navalny podría ganarle a Putin?
—Es difícil decirlo porque básicamente habría que reconstituir todo para que haya elecciones abiertas. Que a un candidato se le permita competir no significa que tenga acceso a la televisión, a los medios impresos, que no esté desacreditado por el Kremlin en campañas mediáticas masivas. Entonces para que haya elecciones abiertas y libres el Estado debería aflojar su control sobre los medios, reconstruir las instituciones electorales, porque todas están construidas para formalizar una zona gris, están construidas para beneficiar al beneficiado. Ya sea al gobierno local, al gobernador o al presidente. Todos trabajan en cadena, pero el sistema electoral trabaja para ellos. Entonces habría que reconsiderar toda la cuestión. Sería un país completamente diferente.
—Sin embargo, este verano en Rusia hubo protestas masivas. El periodista Ivan Golunov aseguró a este medio que las manifestaciones que pidieron su liberación tras su injusta detención indican que las cosas están cambiando. Se sumaron a los reclamos incluso medios oficialistas. ¿No es la señal de un cambio?
—No. Tal vez miraremos eso en cinco años y diremos: efectivamente ese fue el primer paso. Pero creo que en este momento no hay nada que indique que algo está efectivamente cambiando. Porque si miras a los últimos 10 años o incluso los últimos 15, a partir de 2004 verás olas de protestas y luego olas de represión. A veces el Estado aprieta demasiado, la gente reacciona, el Estado da marcha atrás y luego empuja en otra dirección pero más despacio. Y lo vemos una y otra vez. Lo de Golunov fue un evento extraordinario. Y espero que haya oportunidades en el futuro para que la gente recuerde las protestas contra su arresto y use el poder que tuvo ese tipo de acción y el poder de la solidaridad para que alguien sea liberado. Pero para eso, para ejercer el poder de la solidaridad, debería haber una apertura. Lo que vimos durante el verano fue que hubo protestas sin precedentes, pero también hubo en respuesta una brutalidad sin precedentes. Hubo más detenciones, más detenciones casuales, violencia policial como nunca habíamos visto antes. Para cada acción hay una reacción igual y contraria del Estado. Mientras las cosas estén en este estado de equilibrio, cuanto más la gente proteste, más el Estado va a reprimir. El equilibrio siempre va a favorecer el poder.
—Volviendo a su definición de sociedad totalitaria. ¿Por qué la comunidad LGBT se volvió un chivo expiatorio en Rusia?
—En primer lugar hay que entender que cualquier minoría puede convertirse en un chivo expiatorio. Pero en este caso la elección fue particularmente acertada en el sentido de que en este momento vemos que existe un rechazo hacia los derechos LGBT en todo el mundo, incluso en los Estados Unidos, justamente cuando el cambio social más rápido está pasando en el área de los derechos LGBT. Este discurso está vinculado a la idea de un pasado imaginario que une a tantas personas de derecha en este momento, desde Trump a Putin, Erdogan, Salvini, Johnson. Lo que cautiva es esa idea que dice: “Volvamos a alguna época pasada, cuando las cosas no nos volvían incómodos. ¿Qué nos incomoda hoy? La gente queer nos incomoda. Eliminemos a la gente queer”.
Esto en Rusia es particularmente poderoso y brutal porque el movimiento gay no avanzó tanto. La mayoría de los rusos de verdad creen que nunca conocieron a una persona gay o lesbiana en sus vidas. Entonces una campaña de odio como esta es muy efectiva. No ven a las personas LGBT como seres humanos en absoluto, porque nunca conocieron a una. Entonces las personas LGBT se convirtieron en más que humanas y menos que humanas: más que humanas en el sentido de que asustan, son vistas como una amenaza; y menos que humanas en el sentido propio de los animales: merecen la brutalidad.
—Esto la afectó personalmente, cuando en 2013 abandonó Rusia y regresó a Estados Unidos. ¿Cómo fue esa situación?
—El Estado amenazó con quitarme mi hijo adoptado, y me tuve que ir. En 2013, el Estado estaba metiendo un empeño considerable para empujar a la gente [los disidentes] a irse del país. Muchas personas tuvieron que huir, y no sólo personas LGBT, sino también las personas que organizaron las protestas en los años 2011-2012. En mi contra usaron eso, a Garry Kasparov lo amenazaron con investigaciones impositivas y detención por fraude. Todas estas amenazas tenían el objetivo de forzar a la gente a dejar el país. Mi caso coincidió con la campaña anti-gay, pero también hubo todo otro conjunto de herramientas que se usaron para que la gente se fuera.
—Desde su lugar de observadora privilegiada de las relaciones ruso-estadounidenses, usted fue una de las pocas voces que expresó escepticismo sobre los efectos de la injerencia rusa en las elecciones que llevaron a Trump en la presidencia. Lo cual le causó la acusación, paradójica, de querer defender a Putin, pese a que fue entre las primeras en advertir sobre su ascenso.
—No estamos discutiendo sobre los hechos. Sabemos que hubo una interferencia rusa en las elecciones estadounidenses. Incluso es posible que tuviera una influencia decisiva. Pero nunca sabremos eso. Lo que yo cuestiono es la obsesión rusa que tienen los demócratas y que, creo, aleja a la gente de las cosas más importantes. La interferencia rusa siempre estuvo ahí y siempre estará ahí. No tienen ni por lejos la habilidad técnica o la capacidad de organizar a los estadounidenses como los estadounidenses creen. Lo que los estadounidenses imaginan es que Rusia eligió a Trump. Y Rusia no eligió a Trump. Los estadounidenses eligieron a Trump. Rusia fue parte de este vasto universo de ruido y tensión que tuvo la esperanza que Trump fuera electo. Pero necesitamos mirar al otro 99 por ciento de ese universo para entender qué pasó. Para entender cómo evitar que esto vuelva a pasar. Enfocarse en el 1 por ciento que fue Rusia, aún si ese 1 por ciento marcó la diferencia entre ganar y perder, no va a enfrentar el problema.
—También dijo que Putin probablemente preferiría tener que lidiar con Hillary antes que con Trump.
—Creo que es muy probable. No creo que él estuviera pensando estratégicamente tan lejos, está claro que ellos asumieron que iban a lidiar con Hillary. No pensaban que Trump iba a ser electo. Pero creo que él sí se hubiera sentido mejor con Hillary. Por un lado encontró impensable que ella fuera su contraparte, porque es una mujer. Por otro lado, ella sería predecible. Sería la sana y consistente fuerza contra la cual podría actuar.
—¿Cuáles son las diferencias y los puntos en común entre Trump y Putin?
—Creo que hay que partir por las diferencias, enormes. Hay diferencias en el contexto —uno llegó al poder en una sociedad post totalitaria, el otro en una sociedad que solía pensar a sí misma como profundamente democrática— y en la cultura. Putin llegó al poder en un país que estaba acostumbrado a vivir en el miedo y Trump no. Tienen un estilo y una forma de presentarse muy diferentes. Trump es pura emoción y Putin se ufana de controlar a sus emociones. Pero al mismo tiempo, creo que tienen importantes cosas en común. Una es el “Estado mafioso”, la idea que el poder opera de la misma forma que lo hace la mafia. Es personal, es distributivo y las relaciones se basan en la lealtad. Y también la manera en la que mienten es muy similar: mienten descaradamente y ejercen lo que yo llamo el poder de la mentira. Mienten para comunicar que pueden decir lo que quieren, no para hacerte creer que algo no es cierto. Esto al fin y al cabo se convierte en un ejercicio cuasi totalitario, porque la realidad que Trump crea es tan bizarra y tan separada por la realidad basada en los hechos que tienes que elegir en cuál vivir, si en la realidad basada en los hechos o en la realidad alternativa.
—Y además gobiernan con esta idea de “retomar el control” y volver a un pasado que supuestamente fue mejor y sin embargo sus gobiernos se rigen por el caos.
—Sí, esto es lo que lleva a los autócratas al poder en todos lados. Este estado de elevada ansiedad, hasta que llega alguien que dice: yo les traigo estabilidad. Ellos siempre se presentan como los gobernantes estabilizadores, pero de hecho son gobernantes desestabilizadores, fomentan todo el tiempo la ansiedad porque la ansiedad y el deseo de estabilidad es lo que los mantiene en el poder.
—Usted calificó a Putin de “estúpido”. ¿Cómo es posible que alguien “estúpido” pueda consolidarse 20 años en el poder de esta manera?
—Buenos, no tenemos ninguna evidencia de que la inteligencia es una condición para llegar al poder. Vimos muchas personas no demasiado inteligentes acumular grandes cantidades de poder. Creo que requiere una especie de talento, y un instinto, pero no parecen estar relacionados a la inteligencia o el nivel de educación. Stalin no era una persona inteligente, Trump definitivamente no es una persona inteligente, es más fácil hacerle creer a los estadounidenses que Putin no es inteligente desde que Trump es presidente. Ahora ven cómo eso puede ocurrir.
—¿Qué probabilidades hay de que Trump sea reelecto?
—Es extremadamente probable que sea electo para un segundo mandato. No porque sea listo, sino por otras razones.
—¿Cuáles?
—Tiene un talento para exacerbar la ansiedad, tiene un talento para construir una especie de realidad encapsulada y también porque la oposición es débil, está desorientada, dividida y fundamentalmente no entiende con lo que está lidiando, en un sentido de un entendimiento visceral del estado del país. Creo que Trump tiene un mejor «sentir» de éste. Pero otra vez, esto no está relacionado a la inteligencia en el sentido tradicional de la palabra. No tiene educación, no está informado, no puede hablar inglés correctamente, se olvida, dice cosas estúpidas todo el tiempo.
—Parecería que esta capacidad de estar en sintonía con la esencia más profunda de sus países sea una característica común de todos estos líderes populistas-autoritarios, desde Trump a Putin y hasta Orban, Bolsonaro, Salvini…
—Totalmente. Y no es solo la esencia. Seré más específica. Comparten un talento para estar en contacto con la ansiedad.
—¿Cómo lo explicaría?
—Probablemente son personas ansiosas ellos mismos. Es una forma particular de ansiedad, una ansiedad que Eric Fromm describió en El miedo a la libertad. Es una ansiedad basada en el miedo ante un futuro incierto y la necesidad de reinventarse. Fromm sugirió que para mucha gente ese tipo de libertad es una carga insoportable y crea este abrumador sentido de ansiedad porque quieren que las cosas sean predecibles, quieren saber de manera cierta (o que alguien lo decida para ellos) cómo será la vida mañana, en 10 o 20 años. Y creo que en la Europa oriental post comunista y central era muy claro que para mucha gente era una época de oportunidades, pero para la mayoría no era otra cosa que un momento de ansiedad. Sin embargo, creo que ahora estamos hablando de una situación diferente: la gente ahora tiene realmente muy buenas razones para ser extremadamente ansiosa sobre el futuro. El planeta está en llamas, las perspectivas económicas para las clases medias en todo Occidente son extremadamente deprimentes…
En este contexto aparecen dos tipo de líderes: el líder que se dirige a esa ansiedad con esperanza y habla sobre un futuro glorioso. Y vemos muy pocos de ellos, pero creo que dos personas que lo personifican son [la primera ministra] Jacinda Ardern en Nueva Zelanda y [la presidente] Zuzana Čaputová en Eslovaquia. Dos mujeres que realmente atienden la ansiedad con el conocimiento de la dignidad y dicen: podemos construir un futuro mejor juntos.
Y después hay un número más grande de líderes que se dirigen a esa ansiedad diciendo: puedo llevarte a un pasado imaginario. Y eso es increíblemente atractivo, porque allí es adonde quiero ir, quiero volver a un tiempo que no recuerdo exactamente pero que creo debe haber sido mejor…
—¿La candidatura de Michael Bloomberg puede cambiar el escenario en la carrera a la Casa Blanca?
—Espero que no. Si tenemos suerte podría dividir el voto tecnocrático de Wall Street y luego salir de la carrera. Pero no me causa alegría el espectáculo de un viejo oligarca compitiendo contra otro viejo oligarca. Y tampoco creo que Trump pueda ser derrotado con un mensaje tecnocrático. Creo que hay muchas personas en la maquinaria partidaria democrática que son verdaderos tecnócratas, que realmente creen que lo que se necesita es experiencia, que se necesita a alguien que sabe como apagar los incendios y equilibrar la chequera. Pero no necesitamos a un contador o a un jefe de los bomberos, lo que necesitamos es un líder visionario. Las personas más cercanas a un líder visionario son Elizabeth Warren y Bernie Sanders, pero incluso Warren presenta su mensaje en términos muy tecnocráticos. Tiene que haber alguien que dice: creo que juntos podemos reconstruir el país en el que en cinco años, diez años, te despiertes calmo y feliz. Este es el mensaje.
—¿Como Obama en 2008?
—El mensaje de Obama fue increíblemente mentiroso. Finalmente resultó ser completamente tecnocrático. Su entera presidencia fue el triunfo de la tecnocracia.
—¿Cómo ve el proceso de impeachment a Trump?
—No soy optimista acerca del resultado del juicio político.
—¿El hecho de ser una periodista rusa trabajando en Rusia y luego una periodista estadounidense trabajando en EEUU cómo influyó en su manera de trabajar y en su perspectiva?
—No creo que algo haya cambiado mi perspectiva porque no tengo otra perspectiva. Creo que nunca me habría convertido en periodista si no me hubiese mudado a los Estados Unidos de niña. Luego volví a Rusia como corresponsal y me volví una periodista rusa, pero siempre fui un poco una corresponsal extranjera y creo que el mejor consejo que puedes darle a un periodista es: cubre algo como un corresponsal extranjero, intenta salir del sistema y actúa como si nada fuera obvio. E intenta describirlo todo, incluso cuando estás escribiendo una historia muy específica intenta hacer referencia a la globalidad del fenómeno que existe como si tus lectores no lo conocieran. Creo que este es mi background como corresponsal estadounidense en Rusia, pero también como periodista rusa trabajando en Rusia con el mismo abordaje, y ahora en los Estados Unidos. Me sale bastante natural porque no estoy nunca completamente embebida en esta realidad, siempre soy un poco una outsider. Creo que me ayudó mucho dar los primeros pasos en el periodismo no en un diario mainstream, sino en la prensa gay durante la crisis del SIDA. Así que fui siempre una periodista outsider y creo que que este es el mejor abordaje periodístico que se pueda adoptar.
Fuente: https://www.infobae.com/america/cultura-america/2019/11/28/masha-gessen-una-periodista-entre-putin-y-los-estados-unidos-de-trump-el-regimen-actual-en-rusia-es-mas-correcto-definirlo-como-un-estado-mafioso/