No existe un gen específico que oriente a la persona hacia la homosexualidad.
Entre sus catorce y sus dieciséis años, este columnista desarrolló un notable interés por las palomas, uno de los vertebrados más ‘planetarios’ —solo están ausentes de las regiones polares y de los grandes desiertos— y, como aficionado accidental, investigó su biología, crio y mantuvo unos cuántos ejemplares en el patio de su casa paterna, y llevó registro detallado de sus hábitos y sus comportamientos. De entre estos, una conducta en particular, la homosexualidad de los machos, llega como anillo al dedo para abrir esta nota.
Las palomas conforman uniones muy sólidas, desde el inicio de la relación hasta la desaparición de uno de los ‘cónyuges’. No obstante, cuando las hembras están incubando, muchos de los palomos se vuelven homosexuales de tiempo parcial, a pesar de ser, por lo demás, unos excelentes ‘esposos’ que ayudan en todo, desde la construcción del nido a compartir, pasando por la participación en la incubación y la alimentación de los pichones, hasta llegar a la expulsión violenta de los críos del nido, cuando lo necesitan para una nueva camada y los hijos se encuentran listos para sobrevivir por sí mismos.
Décadas después, cuando ya las tempranas aficiones se convirtieron en memorias remotas, este columnista aprendió que la conducta homosexual de mis palomos estaba bien lejos de ser excepcional y, en las décadas recientes, ha sido observada en más de un millar de especies vertebradas.
Esta manifestación homosexual en tantas especies condujo, casi de manera espontánea, a la hipotética presencia de un gen específico en el reino animal cuya expresión predispondría a sus ‘dueños’ para la homosexualidad. No es así, sin embargo. Un estudio, publicado en agosto pasado, acabó con toda posibilidad de que el ‘gen gay’ (como fue denominado) realmente existiera.
La investigación demostró que la genética sí tiene una contribución en la orientación homosexual, pero cierra la puerta a la existencia de un gen único responsable de tal preferencia y sugiere la posibilidad de que tal comportamiento está influenciado por una multitud de variables, cada una con sus pequeños aportes.
El estudio que examinó los genomas de casi medio millón de hombres y mujeres, provenientes de dos bases de datos —Biobank, una organización inglesa sin ánimo de lucro, y 23andMe, una empresa norteamericana cuyo campo de acción es la información genética—, encontró que, aunque la herencia sí tiene influencias en la selección de las parejas con quienes la gente opta por tener relaciones sexuales, no existe un gen específico que oriente a la persona (o se abstenga de orientarla) hacia la homosexualidad.
Aun antes de conocer el estudio aquí referido, este columnista ponía en tela de juicio la existencia de genes que inclinaran a los humanos hacia la homosexualidad, pues si tales genes existieran, los homosexuales se ‘reproducirían’ como ‘grupo total’ a una tasa cercana a cero. Su proporción numérica de la sociedad total, en consecuencia, tendería a disminuir y, en algún momento, alcanzaría niveles bajísimos.
La fracción de personas homosexuales, por el contrario, va en aumento (o, al menos, la fracción de individuos que lo expresan abiertamente). Según Wikipedia, en los Estados Unidos, el porcentaje de adultos identificados en encuestas de Gallup como LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros) bajó más de seis puntos porcentuales con la edad de los encuestados, desde 8,2 %, en los nacidos durante las dos últimas décadas del siglo XX —los mileniales—, hasta 1,4 %, en los nacidos antes de 1945. Asimismo, y solo entre los mileniales, los LGBT aumentaron de forma sustancial, de 5,8 % en el 2012 a 8,3 % en el 2017.
Por otra parte, los homosexuales tenderían a dejar menos descendencia y, lógicamente, quienes se abstienen de relaciones heterosexuales, pues, nunca tendrían hijos. Ese fue el razonamiento de este columnista, muchos años atrás, para concluir, al igual que el estudio mencionado, que no existen genes que determinen la orientación homosexual.
Dos son, entonces, las conclusiones de la investigación mencionada en esta nota. La primera es la evidencia clara de que ninguno de los 23.000 genes (cifra aproximada) en cada una de las células humanas está asociado con la homosexualidad de su dueño. La segunda es la confirmación, ahora incuestionable, de que los comportamientos no heterosexuales caben, sin duda alguna, dentro del espectro natural de la diversidad humana.
GUSTAVO ESTRADA
AUTOR DE ‘ARMONÍA INTERIOR’ Y ‘HACIA EL BUDA DESDE OCCIDENTE’
@gustrada1