Nacional
El Movimiento Maricas Bolivia reúne identidades, indias, indígenas, cholas y maricas, machorras y travas del Abya Yala, en un trabajo decolonial, interseccional y feminista. Su voz viral comienza a difundirse en 2010 con el programa “Soy marica, ¿y qué?” por Radio Deseo y desde entonces, al igual que las disidencias, muta para resistir y persistir. Habitan las calles y en las redes con su mensaje, pero también con la invitación a preguntarnos todo colectivamente.
El ‘marica’ del nombre nace de tomar ese término que tanto se usa para lastimar, y convertirlo en orgullo. “Sin esa reflexión feminista, ese refugio en el que nació el programa radial, tal vez nos hubiera sido muy difícil llegar a esta reapropiación del insulto”, explica a Presentes, Edgar Solíz Guzmán. «Entender que no sólo era un trabajo activista enfocado al tema de derechos. Era una lucha social contra el sistema patriarcal, los poderes políticos y las estructuras coloniales”.
Edgar Solíz Guzmán se define como marica, pobre, quechua, marrón, hijo de chola. Es uno de los responsables del canal de YouTube del Movimiento Maricas Bolivia, medio comunitario referencia de la diversidad. Allí acciona entre la calle y las redes sociales.
Recuerda que en 2010 cuando se convocaba a alguna actividad para hablar de VIH, ITS o una noche de cine “los cuerpos siempre eran blancos, nórdicos, bien comidos, musculosos, masculinos. Era esa la imagen que se estaba instalando en el imaginario social. Nosotras periféricas no podíamos leernos como iguales, no podíamos ser o sentirnos representadas”. Hacía falta cuestionar ese imaginario social que imponía “el cuerpo gay”.
¿Qué pasa con las maricas bolivianas periféricas, populares, indias, cholas, migrantes, gordas, viejas y seropositivas que están por fuera de esa centralidad colonial que es ‘lo gay’? La pregunta es parte de la génesis de este movimiento que sigue mutando. “Es un proceso de reflexión que seguimos discutiendo”. Porque en el acto de nombrarse aseguran que existe una práctica decolonial que busca desmoronar un aparato lingüístico que se usa para desplazar, violentar y hasta matar.
Ni un colectivo ni una organización: un movimiento
“No somos una colectividad acabada, no tenemos personería jurídica, no nos interesa tener esta institucionalidad o ser la voz oficial de algún movimiento. Hablamos por nosotras mismas entendiendo que somos un movimiento, una colectividad, una comunidad de maricas, machorras y travas que se reconocen indias y también en la disidencia sexual”, explica Edgar.
Para ellas tanto las ONG como asociaciones de la sociedad civil que disputan derechos deben sentarse y tranzar con el poder, hacer incidencia política. Y si bien reconocen que así se han conseguido varias leyes, desde el Movimiento de Maricas Bolivia prefieren abordar los temas y urgencias desde la calle. Ahí dónde esas leyes deberían vivir. Incluso su propuesta traspasa esas fronteras que dicen dónde es un país y dónde otro, ellas abrazan la lucha regional.
Jiwasa, es una palabra aymara que habla de la unión entre dos. “El lingüista Félix Layme plantea que este nombrar una pluralidad de personas es bastante inclusivo porque puede ser una pareja de mujeres o una pareja de un hombre y una mujer o una pareja de hombres entendiéndose en el marco de una suerte de comunidad”. Así con la propia lengua se abre el panorama a pensar estas luchas y repensarse en grupalidades que unen los hoy llamados Estado Nación. En las geografías, paisajes, costumbres, lenguas y sentires en común está esa unión también.
El territorio es identidad
“Me reconozco como indio quechua por el origen de mi familia. Mi mamá y mi papá son los que hacen la primera migración, campo ciudad”, cuenta Edgar.
Al haber crecido en la urbanidad él, como tantxs hijxs de la urbe, perdió la posibilidad de una porción de tierra a donde regresar. En ese momento de encontrarse huérfanos de pueblo es que el término acuñado por la filósofa Adriana Guzmán les abraza: comunidades imaginadas.
“Somos una generación huérfana en comunidad. Porque la comunidad más allá de la tierra física del territorio físico también existe como comunidad afectiva, hay una comunidad de memoria que nosotras traemos entendiéndonos como hijas de quechuas, hijas de cholas e hijas de Indias. Si bien no hay un pueblo físico al que podamos retornar hay una comunidad afectiva en la que resguardarnos, apoyarnos, contenernos y encontrarnos”.
Romper el patriarcado: una lucha social
Para Maricas Bolivia las luchas son algo transversal: “no nos sirve acabar con la homofobia cuando el sistema patriarcal va a seguir vigente”. No es que una vez al año flameen banderas con barras de colores y “símbolos del civismo gay”, que se instalen las lógicas del deseo colonial que responden al sujeto blanco, que las marchas del orgullo sean un “pride”.
Para ellas el desafío lleva hacia un horizonte feminista frente a un sistema que es racista, misógino y machista. “La lucha no es solamente de las personas LGBT+ por sus derechos, nosotras la entendemos junto a las compañeras feministas, junto a obreras e indígenas; es por la tierra y el agua junto a las luchas ambientalistas. Es la interseccionalidad, entender que es una gran lucha social”.
Y contextualiza que no es una disputa en la que los Estados estén colaborando. Porque mientras hablamos se continúa haciendo una carretera en medio del Tipnis, “uno de los pocos parques de reserva natural y nacional que tenía Bolivia”. Mientras las decisiones caen en favor de los potentados empresarios agroindustriales del oriente boliviano, denuncia Edgar, que no les dan la titularidad de sus tierras a los a los indígenas campesinos originarios de comunidades que se claman tierras como herencia no de sus ancestros, “los gobiernos no están resolviendo, aunque se digan indígenas y de izquierda”.
“Hay un proceso de negación de las diversidades en las comunidades indígenas porque la lucha se ha centrado en la urbanidad, la lucha LGBT en Bolivia no ha sido capaz de atravesar la frontera hacia el área rural”
Un abrazo para todas las comunidades
El odio en las comunidades indígenas sigue vigente. Se sigue diciendo que no hay diversidad sexual, que “todo es es chacha-warmi”, término en aymara para referirse al género binario (hombre-mujer), a la complementariedad. Y Edgar lo conecta con que “el movimiento lgbtiq se ha encargado de instalar en el imaginario social de los cuerpos LGBT blancos urbanos. Entonces claro que las comunidades indígenas van a negar que haya maricones, lesbianas o trans en sus comunidades”. Esto pasa cuando las luchas quedan en la urbanidad y no abrazan las ruralidades.
Hay compañeras que deben escapar de esa vida rural para proteger su existencia. Otras se van para transicionar y luego vuelven a disputar la visibilidad de sus voces y la titularidad de tierras. Es importante el rol de la Ley 807 (Identidad de Género) pero como repiten desde Maricas Bolivia no pueden darse estos debates sin la presencia en las calles y comunidades. “Es importante entender que en las comunidades primero eres indígena y haces trabajo comunitario, haces trabajo de autoridad, en la comunidad y después te entiendes como lesbiana/ marica/travesti. Hay que entender esos procesos en la particularidad de cada comunidad indígena”.
Edgar habla y lo que dice une territorios, urgencias e identidades. Suma las leyes a la calle, narra interpelando, pero para sumar alcance, amplitud y repensarnos. Los feminismos, los movimientos obreros, todo encarnado en un horizonte indio que enrostra que el racismo está siempre presente. La diversidad sexual y los reclamos acá se leen como parte de un todo que pide ser decolonizado y vivirse en términos regionales. Las historias que narran y preceden son parte de algo presente que se entreteje con sus reclamos: “Para nosotros lo urgente sigue siendo lo indio, las identidades étnicas. Pero no pensadas como una ancestralidad sino desde el presente”