La experiencia LGBTIQ+ en las comunidades está relacionada con la cosmovisión de los roles y comportamientos de género, resultando en un no reconocimiento, discriminación o autoexilio. En Bolivia, existen 36 etnias reconocida
Desde niña, Elida no encajaba en los moldes que le dictaba la sociedad, especialmente en su comunidad al norte de Santa Cruz. Cuando jugaba con carros, pelotas o no quería usar vestidos, recibía comentarios como “modérate”, “esas cosas son para hombres” y “marimacho”. Elida tuvo que ajustarse a las normas para evitar ser molestada o rechazada, lo que implicó renunciar a su identidad como mujer lesbiana hasta que migró.
Elida, ahora de 43 años, relata cómo tuvo que salir de su comunidad para reconocerse como lesbiana. Desde tercero básico supo que le gustaban las niñas, pero no fue hasta que migró a la ciudad que pudo hacer visible su orientación sexual.
“Es más complicado. Una chica de aquí, que vive en una zona acomodada, lo tiene más fácil que alguien de una comunidad. Tienes que salir corriendo porque si te quedas ahí, pierdes el sentido de existencia”, relata Elida.
Aunque la sociedad boliviana ha avanzado en reconocer los derechos LGTBIQ+, hay poblaciones que enfrentan una triple discriminación: ser mujer, LGTBIQ+ e indígena.
La investigación realizada por la Red de Lesbianas y Bisexuales de Bolivia en 2022, “Diagnóstico sobre Violencias y Discriminación en Mujeres Lesbianas, Bisexuales y Queer de Bolivia”, revela que muchas mujeres se ven forzadas a un autoexilio en busca de libertad y desarrollo personal. Paola Elam Del Castillo, miembro de la Red LB Bol y parte del equipo de investigación, explica que algunas “salen corriendo de una violencia correctiva” cuando sus familiares descubren su orientación sexual. “Sales de la comunidad porque no quieres que te vuelvan madre, porque no quieres que te repriman”.
Reconocerse como LGTBIQ+ varía entre comunidades y la ciudad. En las comunidades, la identidad está vinculada a roles comunitarios, mientras que, en la ciudad, el proceso es más íntimo, “es individualista”, explica Del Castillo.
Comunidad y cosmovisión
La experiencia LGBTIQ+ en las comunidades está relacionada con la cosmovisión de los roles y comportamientos de género, resultando en un no reconocimiento, discriminación, castigos, exilio o autoexilio.
En Bolivia, existen 36 etnias reconocidas por la Constitución Política del Estado. La mayor parte de la población indígena se concentra en la región andina: quechuas (49.5%) y aymaras (40.6%), seguidos por los chiquitanos (3.6%), guaraníes (2.5%) y mojeños (1.4%). Datos similares se encuentran en la población LGTBIQ+ identificada como parte de poblaciones indígenas.
Edgar Soliz, del programa radial Nación Marica, menciona que en la visión andina “prevalece la idea esencialista de un modelo cosmogónico dualista representado en el concepto chachawarmi”, que se enlaza a la noción de complementariedad (femenino-masculino), excluyendo otras formas de relación. Este modelo está ligado al colonialismo y evangelización, donde la heterosexualidad es aceptada de forma “casi natural”.
Población En el estudio “Desigualdades ante la ley”, se muestra que el 14% de la población LGTB se identifica con alguna comunidad indígena
Según un estudio de CIES internacional en 2010, la mayoría (90%) de la población boliviana se declaraba creyente, y de estos, el 81% pertenecían a la religión católica.
Para Claudia, identificarse como lesbiana fue una lucha contra sus ideales y contra los de sus padres, quienes pertenecen a una comunidad en Potosí y son creyentes. “Mi papá dice que la naturaleza no comete errores, y estos últimos años, ha estado leyendo la Biblia porque dice que algunas cosas de ahí tienen cierta lógica.”
Dentro de las comunidades, suele existir un sincretismo entre religión y organización social. Aunque hay diferentes cosmovisiones entre las diversas comunidades, la idea de la complementariedad suele estar muy presente.
Según el estudio del Colectivo Rebeldía, “Diversidades sexuales y de Género en pueblos indígenas del Oriente boliviano (Ayoreo, Guarayo y Chiquitano)”, citado en el Informe defensorial, las comunidades indígenas reconocen diversas formas de enamorarse y formar parejas: hombre-mujer, mujer-mujer y hombre-hombre. Sin embargo, solo consideran legítima la pareja hombre-mujer; las otras formas se consideran inmorales y desagradables.
Estos patrones determinan los comportamientos de hombres y mujeres. Quienes transgreden estas normas son etiquetados, rechazados, controlados, “disciplinados” o violentados. Por lo que muchos prefieren mantenerse en silencio por temor a ser excluidos, agredidos, o incluso para proteger a sus familias.
Ser mujer y lesbiana dentro de las comunidades
En 2012, según el Censo de Población y Vivienda, el 41% de la población en Bolivia pertenecía a comunidades indígenas, de las cuales alrededor del 69% eran mujeres.
En el estudio “Desigualdades ante la ley”, se muestra que el 14% de la población LGTB se identifica con alguna comunidad indígena, y de este grupo, el 12% se identifica como parte de la población lésbica.
En el día a día en las comunidades, las mujeres que transgreden las normas heterosexuales y de dualidad en parejas suelen recibir castigos simbólicos y físicos más violentos, ya que renuncian al rol de ser madre o esposa, que implica servir o complementar al hombre. Silene Salazar Huarita, activista lesbofeminista e indígena, menciona: “Negarse a parir es una ofensa máxima a la comunidad”.
Población LGBTI identificada con una nación y pueblo indígena
El informe defensorial de 2023 cita a la escritora Silvia Rivera Cusicanqui, quien explica: “En las comunidades indígenas aymaras, a la mujer de aspecto masculino le dicen urquchi, que connota una mujer floja que transgrede los mandatos de género: ser una buena esposa y cocinera, ser servicial y una madre atenta. Dentro de la lógica patriarcal, urquchi no señala la orientación sexual distinta de la mujer ni su lesbianismo, sino que marca la transgresión del mandato de género”.
Estos roles de género en la comunidad se ven como una regla en el comportamiento de los niños y niñas. Cuando Elida empezó a jugar con tractores o a usar shorts, constantemente recibía burlas o retos vergonzosos por parte de los comunarios e incluso de sus propios familiares.
Elida relata con tristeza que su primer trauma dentro de la comunidad fue cuando sus padres decidieron enterrar su juguete. “Mi abuelo me había hecho un tractor de madera porque yo quería juguetes de niño, yo quería autitos. Era lo más preciado en el mundo para mí. Mi primer recuerdo de niñez fue que yo lloraba porque me dijeron que lo enterraron y nunca lo volví a ver.”
Dentro del marco de las identidades y orientaciones sexo genéricas en las comunidades, las mujeres lesbianas representan uno de los grupos más vulnerables. Cuando una mujer se identifica como lesbiana, suele quedarse en silencio o huir. En el caso de los hombres, «muchas veces optan por hacer el servicio militar para que después los dejen en paz», comenta Soliz en Nación Marica.
Muchas mujeres que se saben lesbianas deciden renunciar a su orientación e identidad sexual por miedo a las represalias o por no contar con el soporte adecuado para salir de su comunidad.
Elida recuerda que, mientras crecía en la comunidad, no podía expresarse tal como era. Hasta el día de hoy, cuando visita a algún familiar dentro de la comunidad, no puede decir abiertamente que es lesbiana: “Estoy 99% segura de que, si hubiese seguido en la comunidad, estaría casada con cinco hijos o hijas. Me hubiera casado con alguno de los capataces y nunca hubiese explorado ni vivido mi propia sexualidad.”
Edgar Soliz: «Hoy la gente migra de su comunidad indígena por negocios, oportunidades de estudio, dinero, etc. Pero también migra por su sexualidad, porque sabe que no va a poder ser o reconocerse como homosexual, lesbiana o trans en su comunidad»
Castigos sociales
Dentro de este sistema patriarcal y heteronormativo, los mecanismos para mantener los roles incluyen la violenta reacción de la comunidad y la familia. Aun fuera de la comunidad, las mujeres suelen tener cuidado para evitar que alguien de adentro pueda verlas. “Algunas tías han prohibido a sus hijos e hijas hablar conmigo, especialmente a las chicas. Nadie me ha visto besarme o agarrarme de la mano con una chica en el pueblo. No quiero destapar eso, que ya viví cuando éramos niños. También afecta mucho a mi madre, porque la hija de fulanita le salió así, qué habrá hecho. Le faltó huasca a esa chica”, comenta Elida.
La violencia recibida por parte de la comunidad es fundamental para entender las agresiones hacia las identidades sexuales, pero también sigue estando dentro de la familia. Elida cuenta que hubo muchos intentos de su familia por juntarla con hombres. A los 15 o 16 años, la agredieron físicamente después de encontrar una carta de amor hacia otra mujer.
“Por eso decidí salir de casa a los 19. Pero en el pueblo nunca lo dejé pasar porque sabía que, si mis propios padres me hicieron eso, imagínate lo que me hubieran hecho cuando estaba chica”, dice.
Huarita menciona que los principales castigos utilizados son la violencia psicológica o el desconocimiento, y uno de los más crueles es la violencia correctiva. Como participante de la investigación de Red LB Bolivia, menciona que “el 83% de ellas había vivido violencia, y de ese 83%, el 59% debido a la violencia en sus familias. La familia es el principal instrumento e institución patriarcal de violencia para querer volver al camino heterosexual.”
Estos castigos sociales y correctivos son la manera en que la familia y la comunidad renuncian a la integración de las personas LGTBIQ+. Según Del Castillo, esta es una forma de negar la existencia y permitir cualquier tipo de acciones correctivas contra mujeres, adolescentes y niñas.
Del Castillo tuvo contacto con diferentes comunidades y testificó hechos de invisibilización, violencia y violaciones correctivas hacia mujeres lesbianas. Relata el caso de una mujer de 20 años que llevaba coca a Santa Cruz y luego apareció con un bebé.
“Sé que ella vivió una violación correctiva, me lo mencionó ya más adelante. Y, al vivir eso, se desplazó, salió de su comunidad. Tengo entendido que fue un familiar, lo hicieron porque esa compañera mostraba, aunque no lo mencionaba, una visibilidad lésbica. Generalmente no hablan de que la compañera ha recibido una violación correctiva. Dicen ‘ah, esta compañera ha tenido un hijo para su familiar’, no quieren decir nada más.”
Como acompañante dentro de la Red LB Bol, Del Castillo ha encontrado varios casos en los que mujeres lesbianas han tenido que migrar por violaciones correctivas. Algunas tienen a sus bebés, mientras otras no. Menciona que, tras una sanación fallida, algunas deciden suicidarse.
Migración, una forma de libertad
En 2012, se identificó que aproximadamente el 25.28% de la población en Bolivia realizaba migraciones internas, cifra que aumentó en comparación con los datos de 2001 y 1992. Según estimaciones del Instituto Nacional de Estadísticas de Bolivia, en 2018, el 75% de la población vivía en el área urbana, y se proyecta que para 2032 la población urbana alcanzará el 90%.
A pesar de que las personas migran internamente por razones económicas y simbólicas, las características de la migración están cambiando. «Hoy la gente migra de su comunidad indígena por negocios, oportunidades de estudio, dinero, etc. Pero también migra por su sexualidad, porque sabe que no va a poder ser o reconocerse como homosexual, lesbiana o trans en su comunidad», menciona Soliz.
Después de que Elida y su familia se mudaron a Santa Cruz, pudo dejar de cuestionarse a sí misma y ya no respondía a las normas de su comunidad. Ella considera que conocer a un compañero homosexual en la escuela le ayudó a identificarse como lesbiana. «Cuando nos mudamos a la ciudad, tuve un poquito más de amplitud de mente. Dejé de autocastigarme diciendo que estaba mal, porque de donde salí, era la única que era rara. En la ciudad comprendí que no era la única, que pueden existir otras personas así», relata Elida.
Según Silene Huarita, la migración es común entre las mujeres indígenas lesbianas. En el estudio realizado por la Red Lb Bol, señala que «cuando una mujer se asume como lesbiana o bisexual, entra en un proceso de liberación que ayuda en el manejo de incertidumbres, temores y, en muchos casos, en la toma de decisiones como la independencia y migración.»
Al migrar, muchas personas LGTBIQ+ se desligan de sus raíces y se desconectan de su cultura y familias. Algunos intentan politizar su identidad desde la racialidad, mientras otros ya no se identifican con sus comunidades. Del Castillo menciona que muchas «tienen un gran dolor de culpa, el dolor de pensar que por ser lesbianas han perdido y roto su familia.»
Sin embargo, migrar también implica nuevos retos en el área urbana, desde la constante discriminación racial hasta la exclusión social y la precariedad económica. En su investigación, Marina Amador menciona: «son al menos seis los elementos estructurales que influyen en la exclusión de los inmigrantes en las ciudades: el desempleo, la vivienda, la condición de inmigrante, la discriminación política y la diferenciación social basada en la cultura y la etnia.»
Mientras que para las mujeres lesbianas el salir de su comunidad, además, implica enfrentar retos económicos, pero, sobre todo, la falta de una red de apoyo, lo cual a menudo marca un retroceso antes de salir de sus comunidades.